Hay temporadas en la vida que llegan sin previo aviso. Algunas veces se sienten como tormentas. Otras, como desiertos silenciosos. A veces llegan con nombre: un nuevo embarazo, una mudanza, un cambio de rutina familiar, una pérdida. Otras, simplemente nos invaden sin explicación: nos sentimos distintas, desbordadas, confundidas… como si de pronto ya no supiéramos cómo volver a habitar nuestra propia vida.
Y es que en la maternidad —y en la vida en el hogar— nada es fijo por mucho tiempo.
Los horarios cambian. Las edades cambian. Las emociones cambian. Nosotras cambiamos.
Y ese movimiento constante, aunque es parte natural del crecimiento, a veces nos desordena profundamente.
¿Qué hago cuando ya no reconozco mi ritmo?
Hay días en los que las rutinas que antes funcionaban, ahora solo traen frustración. Los tiempos que antes alcanzaban, ya no dan. Los espacios que eran refugio, se sienten apretados. Y en medio de tanto cambio, nos preguntamos: ¿cómo vuelvo a encontrar paz?
La respuesta no siempre es hacer más. A veces, es hacer menos. O incluso, detenerse.
Paz no es ausencia de caos. Paz es presencia de propósito en medio de lo que se mueve.
Cuando todo cambia por fuera, necesitamos anclarnos más profundo por dentro. Volver a lo esencial: a Dios, a nuestra respiración, a esa oración sincera que dice “no sé qué hacer, pero acá estoy”.
La maternidad nos transforma
Criar es transformarse. Y eso no siempre se siente bonito.
Hay temporadas en las que nos sentimos vacías, porque estamos siendo re-hechas. Como una semilla que rompe su forma para dar lugar a algo nuevo. Como el barro que pierde su estructura para ser moldeado otra vez.
Y sí, duele. Se siente incierto. Pero también es sagrado.
Porque Dios no solo está en lo que construimos: también está en lo que se cae, en lo que se mueve, en lo que no entendemos todavía.
Sostenernos con lo que permanece
En medio de las temporadas que nos desordenan, hay cosas que permanecen:
- El amor que entregamos, incluso cansadas.
- La fidelidad de Dios, incluso cuando no sentimos nada.
- La verdad de que no tenemos que hacerlo todo bien para ser buenas madres.
- La promesa de que esto también pasará. Y nosotras seremos otras después de esto.
Quizás más rotas. Pero también más auténticas.
Quizás más lentas. Pero también más presentes.
Quizás más vulnerables. Pero también más fuertes, desde otro lugar.
Si estás en una temporada donde todo cambió y te sentís perdida, no estás sola.
Respirá. Llorá si lo necesitás. Pedí ayuda. Volvé a lo esencial. Y recordá: este desorden también está dando forma a algo nuevo.
Con todo mi amor,
Caro